Caminando por la calle ves el escaparate de una tienda de ropa, te gusta y decides entrar. Paredes blancas de las que sobresalen algunos estantes –seguramente negros o de madera- pisados por zapatos de la nueva colección. Al lado, barras metálicas de las que cuelgan las perchas que sujetan vestidos, camisetas y pantalones. La tienda está llena de gente, que igual que tú, busca algo con qué satisfacer nuestro armario. Sigues y te adentras, ves las cajas al fondo, con más de tres ordenadores encima y detrás de ellos algunas personas trabajando, vestidas de negro y con sonrisa amable. Ahora decidme, ¿Podríais saber de qué tienda se trata?
Todas las tiendas son iguales, con falta de personalidad, identidad y emotividad. Ir de compras – o simplemente entrar en una tienda- se convierte en algo mecánico, algo que harías del mismo modo estando en Nueva York, Barcelona o Pequín. Es evidente que aquí algo falla y salta a la vista si nos planteamos la siguiente pregunta: ¿Por qué todas las tiendas son iguales si no todos los consumidores lo somos? Hay que adaptar la tienda al consumidor y la experiencia de compra a cada uno de ellos. No es de extrañar pues que, muchos decidan comprar por Internet –aquí otro tema-.
Parece ser que el comercio electrónico era algo que preocupaba en gran medida a los retailers, pero poco a poco este miedo se va difuminando. Comodidad es lo que te ofrece la pantalla y, aunque impersonal, es más fácil. Si la impersonalidad también ronda por la Gran Vía de Madrid o Passeig de Gràcia de Barcelona, parece que los gadgets tienen las de ganar esta batalla.
Sin embargo, hay empresas que empiezan a ver que para resurgir hay que ofrecer al consumidor lo que Internet no puede: la experiencia. Y valiéndose de esta experiencia de consumo, los retailers aprovechan para ofrecer emotividad, mostrar el ADN de la firma y personalizar la compra. En definitiva, quieren que cuando estés en su tienda no vivas lo mismo que en las otras.
El informe de Interactions Marketing de 2016 “Retail Perceptions: The Next Generation of Retail” afirmaba que el 64% de los compradores de la Generación Z preferirían comprar en la tienda que online. Un aliento para las tiendas, que aún tienen sus seguidores: los que prefieren tocar una prenda antes de comprarla a la experiencia virtual. Pero mirando al futuro, sin duda estos dos mundos tienen que encontrar el equilibrio y los retailes saber potenciar sus virtudes para recuperar todo lo perdido con la era de Internet. Y reitero: la clave está en la experiencia que ofrecen.
Vamos a los ejemplos. Las galerías parisinas Lafayette quiere mover los turistas chinos a una nueva tienda –adaptada a sus necesidades y gustos- para que los franceses puedan recuperar la tienda original, es decir, lo que fue antes de convertirse en una parada obligatoria para todo turista. Si vamos a las firmas, encontramos a Louis Vuitton , que han incorporado el arte en sus propias tiendas. Una manera de fusionar el arte con la moda, y descubrir que no está tan lejos una cosa de la otra. Loewe también ha hecho lo mismo, aunque ha ido algo más allá: su sede de la Calle Serrano es algo más que una tienda, también una colección de arte contemporáneo y una floristería. Y si volvemos a Italia, encontramos a Fendi, marca que ha implantado su ADN: su tienda insignia alberga un taller de pieles personalizadas, así que mientras compras, puedes ver en vivo y directo la fabricación. Dejando atrás el guiño turístico, la tienda se integra en la principal planta de fabricación de Fendi.
Fuente: itfashion.com