Para tiendas, restaurantes y bares, contar con alguna facilidad para pagar la cuota es la llave que determina si sus negocios sobreviven
La encuesta de población activa (EPA) del segundo trimestre, publicada esta semana y que cifra en un millón los empleos perdidos en España por el coronavirus, nos pone sobre la pista de la crisis social y económica que atravesamos. Pero más allá de cifras, también el paisaje nos devuelve una clara imagen de los efectos económicos de la pandemia: persianas bajadas y carteles de locales en alquiler allá donde antes había bullicio son el reflejo de la agonía del comercio, ahogado por la caída de las ventas, las restricciones por los rebrotes y la imposibilidad de pagar los alquileres. Es en este último punto donde reside el principal problema, y a la vez donde puede estar la solución. Unos alquileres ajustados a la excepcionalidad del momento serían la tabla de salvación de muchos negocios.
El cierre de locales –temporal o definitivo– es especialmente visible en el centro de Barcelona, porque al hecho de albergar las calles comerciales más caras de la ciudad se le suma su fuerte dependencia del turismo, hoy por hoy testimonial. Los locales cerrados en calles como la Rambla, Portaferrisa o Ferran recuerdan tristemente a la Atenas de la crisis del euro de hace 10 años. La situación puede agravarse en otoño, cuando finalice el plazo de los expedientes temporales de regulación de empleo (ertes) por fuerza mayor debido al coronavirus, lo que podría provocar una ola de despidos, si no hay un acuerdo para prolongarlo. El 15% de los establecimientos que siguen abiertos creen que no llegarán a Navidad, según un informe de la asociación Barcelona Oberta, que aglutina a los locales de los ejes turísticos.