Las 1.000 familias que viven de este mercado centenario critican la gestión del Ayuntamiento madrileño durante la pandemia
Pilar es propietaria de un puesto de souvenirs en la calle de Ribera de Curtidores. Celebra que el Rastro de Madrid haya vuelto al 100% de sus establecimientos en este segundo domingo de “libertad”. Algo que ha llegado “tarde”. El cierre total durante ocho meses y su apertura posterior al 50% la ha llevado a la ruina. “Estamos pendientes del desahucio de nuestra casa”. “Hemos vendido muy poquito”. Pilar critica que limitar la venta a la mitad “no era necesario”. “Los puestos rondan los tres metros y estamos bastante separados”. Está convencida de que “las ventas prepandemia se van a hacer esperar.” Y aunque los clientes han vuelto, “la cosa está parada porque no hay turistas y los españoles se nota que andan pelaos”.
La polémica ha envuelto la gestión de la vuelta a la normalidad de este mercado del siglo XVII, del que viven 1.000 familias titulares de los puestos y 450 tiendas. Y lo hacen en un barrio que acoge a 25.000 vecinos, donde se califica de “bien avenida” la convivencia del trío. Así, en plena desescalada, se cruzaron propuestas donde los vendedores ambulantes proponían una reapertura con el 50% en domingo y festivo, alternándose para cumplir con las distancias de seguridad y con los puestos en sus ubicaciones habituales.
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